Ramón Amaya Amador recoge en su novela "Los Brujos de Ilamatepeque" uno de los tantos hechos brutales que se cometieron contra los morazanistas después de la caída de su jefe en San José de Costa Rica. Cuando ese acaecimiento tuvo lugar, desempeñaba la Presidencia de la República de Honduras el ex sacristán Francisco Ferrera, quien en las primeras etapas de su vida política fue un excelente soldado de la Revolución morazanista, pero que, posteriormente, a partir de 1833, se vinculó a la más cruda reacción centroamericana para terminar convirtiéndose en un acérrimo enemigo de las transformaciones impulsadas por Morazán. Al describir la conducta de Ferrera como gobernante de Honduras, Ramón Rosa se expresa en la siguiente forma: "obró como militar y político, pero también como tirano despiadado; sembró el terror; una sola sospecha bastaba para producir la persecución o la muerte; el patíbulo estaba a la orden del día; allí fueron inmolados patriotas generosos, acreedores al perdón; corrían por doquier arroyos de sangre y raudales de lágrimas". Dos de esos "patriotas generosos" fueron los Cano, quienes tuvieron la desgracia de retornar a Honduras cuando el sacristán de Cantarranas había creado tales condiciones en el país que el alcalde de Ilamatepeque se consideró con suficiente autoridad para fusilar a estos dos morazanistas leales e inofensivos.
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